Viajar a Consuegra dejará una huella especial en cada viajero

Saliendo del palacio de Aranjuez, tomé las riendas de mi montura y me dirigí con ritmo pausado pero constante hacia el sur, con dirección hacia la famosa e histórica ciudad de Toledo. Una vez pasada ésta, y siguiendo rumbo hacia el mediodía, los cambios del paisaje y de cultivo empezaban a ser notables pues pasada la cuesta que llaman “de las nieves” se dejan atrás unos bosques de encina, y el horizonte empieza a aplanarse, con apenas unos pocos montes y cerros aislados la llanura se hace protagonista paulatinamente.

Dejo a uno de mis márgenes Almonacid, y continúo decidido guiándome por el mapa que me prestaron antes de mi salida de palacio. El color de la tierra también ha cambiado, la variedad de colores marrones, rojizos y ocres es fascinante. Estas llanuras parecen de una gran productividad, viñedos inmensos y olivos centenarios se adueñan del campo. Se percibe mucha actividad, cuadrillas de hombres y mujeres motean las parcelas, estamos a mediados de octubre y las gentes de la comarca están terminando la vendimia, recogiendo el fruto que tanto trabajo les ha costado producir. El ambiente huele a uva, antes de mi llegada a España muchos me habían hablado del vino de esta región que ya aparece en la cómica novela Don Quijote de La Mancha, y que muero de ganas por probar.

Pasando un pequeño estrecho entre lo que parece una breve cadena serrana muy cerca de la localidad de Mora, se detecta otro cambio en el paisaje. Tras el cruce de estas colinas que salpican la zona se empieza a atisbar el perfil de una más que notable fortaleza en el horizonte. Aquí la estepa es casi infinita, kilómetros y kilómetros de tierra bañada con vides, olivos y cereal. Como si de un faro guía se tratase, me dirijo hacia la fortaleza que se ve hacia lo lejos, enclavada en estos cerros tan comunes de por aquí, en sus faldas se empiezan a divisar algún campanario y casas bajas. Creo que estoy llegando a la localidad de Consuegra, el sol empieza a bajar y los colores que deja en el cielo son de un naranja que nunca había visto anteriormente. Mi dócil caballo empieza a adolecer de cierto agotamiento, con lo que descansaré en esta histórica villa.

Al llegar a la entrada de la villa, encontré una fonda para dejar mi montura, un amable posadero, de gruesa complexión y expresión tranquila me atendió y ofreció una habitación que estaba en unas condiciones excelentes. Por mi aspecto, se percató de que era extranjero y aprovechó la oportunidad del registro para preguntar

- ¿Cómo debo dirigirme al señor…?

-Me llamo Löfling, Pedro Löfling, estoy de viaje hacia el sur, en unos meses me embarco para América en misión científica encargada por Su Majestad Fernando VI.

-Excelente señor Löfling, -contestó el posadero que con una sonrisilla inquieta acertó a decir-

-Me ha dicho a donde se dirige, pero no me ha dicho de donde viene usted

Löfling, acostumbrado ya al estilo directo de los españoles, no se molestó y con una sonrisa contestó al posadero

-Vengo de Suecia y soy botánico, me dedico al estudio de las plantas y las flores y estoy haciendo un catálogo de las especies siguiendo las pautas de mi maestro Linneo.

-¡Ah! ¿Con que plantas y flores dice usted? Aquí tenemos una de gran singularidad, sale apenas tres semanas ahora en octubre, da una especia muy valorada. Se trata del azafrán, aquí muchas familias cultivan pequeñas parcelas de esta flor.

Tras la breve conversación, y algo curioso por el comentario del posadero con respecto al azafrán, me fui a dormir con mis pensamientos ocupados en esa enigmática flor.

Al día siguiente y con gran ánimo le comenté al posadero si podía presentarme a alguien que tuviese azafrán, para verlo y conocer más de este curioso cultivo. El amable posadero me facilito varias direcciones y contactos y se ofreció a acompañarme para que no extrañasen la llegada de un extranjero que llama sin más a las puertas de sus casas.

Recorrimos la plaza, y pasamos cerca de la Ermita que llaman de Santísimo Cristo, de muy reciente y llamativa construcción, cerca de esta estaba nuestro objetivo. Un productor local llamado José que con una amplísima sonrisa se mostró encantado de enseñarnos su azafranal. Al dirigirnos allí quedé impresionado.